Hace mucho tiempo, en un mundo mágico lleno de color, el Sol era un ser muy especial. Su luz y su calor eran la fuente de energía para todo lo que había en el mundo. Sin embargo, había algo que el Sol no podía hacer: dormir.

Cada noche, el Sol se ponía en el horizonte, y aunque parecía que se había ido, su luz seguía iluminando el cielo. Por eso, muchos animales se sentían confundidos y no sabían cuándo debían dormir. Los búhos, por ejemplo, se pasaban la noche despiertos, y los animales diurnos no encontraban la tranquilidad necesaria para descansar.

Un día, el Sol se dio cuenta de que este problema estaba afectando a todos los habitantes del mundo, y decidió hacer algo al respecto. Habló con las estrellas y les pidió ayuda para poder dormir, y las estrellas, que eran muy sabias, le dieron un consejo que nunca había escuchado antes.

Le dijeron que debía cerrar los ojos y pensar en cosas felices, y que eso lo ayudaría a dormir. El Sol no estaba seguro de que esto fuera a funcionar, pero decidió intentarlo.

Esa noche, cuando llegó el momento de dormir, el Sol cerró los ojos y comenzó a imaginar cosas maravillosas. Pensó en los hermosos colores del arcoíris, en la alegría que sentía al ver a los animales correr y jugar, en la sonrisa de los niños cuando jugaban bajo su luz.

Poco a poco, el Sol comenzó a sentirse relajado y tranquilo, y su luz fue desapareciendo del cielo. Los animales, que estaban acostumbrados a estar despiertos en la oscuridad, se sorprendieron al ver que todo estaba oscuro y se dieron cuenta de que era hora de dormir. Y así, gracias al consejo de las estrellas y a la imaginación del Sol, todos los habitantes del mundo dormir tranquilos.

Desde entonces, el Sol cerraba los ojos cada noche antes de dormir, imaginaba cosas bonitas y podía descansar tranquilamente. Y todos los animales y seres vivos del mundo sabían que cuando el Sol desaparecía en el horizonte, era hora de dormir y soñar con todas las cosas maravillosas que el día siguiente traería.